sábado, 15 de febrero de 2014

Pulgarcito

Pulgarcito

En una aldea junto a un bosque, vivían, en la casita más humilde del pueblo, una familia de leñadores compuesta por los padres y siete hijos varones.
El menor de los siete hermanos era un niño tan bajito y esmirriado 
que todos le llamaban Pulgarcito, porque al nacer abultaba tan poco
como el dedo pulgar de su padre, pero aunque era pequeño en tamaño, 
era grande en astucia. La familia era muy pobre, muchas veces no tenían con qué
alimentarse y hubo un invierno especialmente crudo en que
hasta la leña escaseaba y, desesperados, los esposos decidieron
deshacerse de sus hijos.

Por la noche, los esposos esperaron a que
los niños se durmieran y después acordaron
que al día siguiente los llevarían al bosque
a por leña, los internarían dando vueltas para
que no supieran volver y los dejarían
abandonados.
Pero lo que los padres no sabían era que
Pulgarcito, pequeño y silencioso como un ratón, 
se había escondido 
en una esquina 
y lo había oído todo.
 El niño salió fuera 
y recogió un puñado de guijarros del jardín.
Después se fue a dormir.
Al día siguiente los padres les abandonaron como habían acordado. 
Los hermanitos, al verse solos, empezaron a llorar de miedo,
 pero Pulgarcito les dijo que no se preocuparan.
 En el camino de ida había ido dejando caer los guijarros
 para marcar el camino, de manera que siguiendo las piedrecitas,
 volvieron a encontrar el camino a casa. A los pocos días, los padres 
volvieron a discutir su abandono y de nuevo Pulgarcito
les escuchó, pero esta vez  la puerta estaba
cerrada y no pudo salir a recoger piedras.
A falta de piedras, fue dejando caer migas
del pan del desayuno, pero cuando intentó
encontrar el camino de regreso, los pájaros,
que también pasaban hambre en invierno,
se las habían comido. ¡Estaban perdidos!
A pesar de todo, Pulgarcito no se asustó.
Se subió a un árbol y a lo lejos vio el humo
que salía por la chimenea de una casita
y hacia allí guió a sus hermanos.
Les abrió la puerta una mujer que,
al verlos perdidos, exclamó:
-¡Pobres pequeños!, habéis venido a parar
al peor lugar del mundo, pues mi marido
es un ogro comeniños y está a punto
de llegar. Aun así, les dejó pasar para
que se calentaran frente a la chimenea.
Cuando el ogro volvió a casa, la mujer
escondió a los niños debajo de la mesa.
-¡Aquí huele a niño! -rugió el ogro,
y a continuación levantó el mantel
sorprendiendo dentro a los siete niños
que lloraban asustados.
-¡Menudo festín me voy a dar! -añadió
el ogro- ¡me los comeré ahora mismo!
-Espera -dijo su mujer para ganar tiempo-,
será mejor darles una buena cena para
que engorden y matarlos mañana, así
podrás invitar a tus amigos a la fiesta.
Así que encerraron a los niños en la despensa.
 En esa habitación guardaba
también el ogro siete ratas bien gordas
y atadas para que no se escaparan, por si
venían tiempos de escasez.
El ogro puso a los niños en una esquina y a las ratas en otra,
 pero Pulgarcito tuvo una idea: cambió de sitio a las ratas
 y puso a sus hermanos en el lugar donde habían estado ellas.
 Por la noche, el ogro estaba intranquilo pensando que los niños podían
escaparse, así que. bajó a la despensa con la intención de matarlos.
 Se dirigió a la esquina donde había dejado a los siete hermanitos,
 pero como estaba muy oscuro, no se dio cuenta de que en realidad estaba
degollando a las siete ratas. Después
se marchó a dormir. Cuando al día siguiente
la esposa abrió la despensa y se encontró
las ratas muertas, dejó escapar a los niños
fingiendo sufrir un desmayo.
 

El ogro se encolerizó al saberse engañado, pero no se rindió.
 Se calzó sus botas de siete
leguas y se puso a perseguir a los niños.
Éstos se escondieron en una gruta y cuando
el ogro llegó, cansado, se sentó a reposar
un poco. Mientras dormía, el astuto Pulgarcito
salió de su escondite, le quitó al ogro
las botas y se las calzó.
Después les dijo a sus hermanos que
se marcharan a casa, que ya no quedaba
lejos y se marchó de nuevo a la casa del
ogro, donde la buena mujer le abrió la puerta.
-A su marido le han asaltado unos bandidos
-dijo Pulgarcito-, me ha mandado venir
a pedir riquezas para pagar el rescate
y me ha dado sus botas para que llegara
más deprisa.

La esposa creyó sus palabras y le entregó todas las joyas
 y tesoros que el avaro ogro había acumulado durante años
 y Pulgarcito se marchó. Pulgarcito, regresó a su casa 
y sacó de la miseria a toda su familia. Con los años, 
se convirtió en el correo real, pues, incluso siendo tan pequeño,
 con las botas de siete leguas llevaba cartas y mensajes urgentes
 más rápido que un tiro de siete caballos. 

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