martes, 29 de octubre de 2013

La carga de los dos asnos

La carga de los dos asnos

Empuñando una larga vara, conducía un humilde 
arriero dos asnos: uno cargado de esponjas,
iba muy ligero; el otro, cargado de sal, iba
a paso lento. Andando por sendas y vericuetos,
llegaron al vado de un río, y se vieron en 
gran apuro. El arriero, que pasaba todos los
días aquel vado, montó en el asno de las 
esponjas, arreando delante al otro animal.
Este era muy voluntarioso y yendo de aquí
para allá cayó en un hoyo, volvió a levantarse,
tropezó de nuevo, y tanto se sumergió que
la sal fue disolviéndose y pronto sintió
el lomo aliviado de todo su cargamento.
Su compañero, el de las esponjas, siguió
su ejemplo; se zambulló en el río y se empapó
de agua junto con su carga. Las esponjas
se hicieron tan pesadas, que no pudo ganar
la orilla el pobre asno. El mísero arriero
se abrazaba a su cuello, esperando la muerte
inminente. Por fortuna, otro arriero pasó por
ahí y con gran trabajo logró salvarlo,
no así al asno que se hundió en el río
con todo y esponjas.

Autor:
La Fontaine.
Moraleja:
No conviene, por pereza, imitar a los demás.
No a todos les va de la misma manera,
lo que es bueno para algunos no siempre 
es bueno para otros. 

martes, 8 de octubre de 2013

El ladrón y el perro.

El ladrón y el perro

Habiendo entrado de noche un ladrón en una casa; empezó a ladrar
el perro que había en ella, y, para que callase, el intruso le echó
un pedazo de pan. Entonces le dijo el perro, con evidente filosofía:
-¿Por qué me das este pan? ¿Para hacerme un obsequio
o  para engañarme? Si matas o robas a mi amo y a su familia,
aunque ahora me  des pan para que calle, luego me dejarás
morir de hambre. Por tanto, más me conviene ladrar
y despertarlos que comerme el pedazo de pan que me ofreces.
No creas, pues, que he de  dejarme engañar tan fácilmente
por alguien como tú.
Esopo.


Moraleja
Muchos arriesgan la vida por un fugaz beneficio. 
El que no tiene prudencia abandona lo mucho
por lo poco. Siempre hay que sospechar de 
los beneficios que ofrecen los malvados. 

lunes, 7 de octubre de 2013

Que llueva, que llueva.

Que llueva, que llueva

Que llueva, que llueva,
la vieja está en la cueva,
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan,
¡que sí!,
¡que no!,
que caiga un chaparrón,
con azúcar y turrón,
que rompa los cristales de la estación,
y los tuyos sí, y los míos no. 

La vaca lechera

La vaca lechera

Tengo una vaca lechera,
no es una vaca cualquiera,
me da leche merengada,
¡ay!, que vaca tan salada,
tolón, tolón, tolón, tolón.
Un cencerro le he comprado
y a mi vaca le ha gustado,
se pasea por el prado,
mata moscas con el rabo,
tolón, tolón, tolón, tolón.
Qué felices viviremos
cuando vuelvas a mi lado
con tus quesos, con tus besos,
los tres juntos,
¡qué ilusión! 

Iba tocando mi flauta

Iba tocando mi flauta
Iba tocando mi flauta a lo largo de la orilla;
 y la orilla era un reguero de amarillas margaritas.
El campo cristaleaba tras el temblor de la brisa;
 para escucharme mejor el agua se detenía.
Notas van y notas vienen, la tarde fragante y lírica iba,
 a compás de mi música, dorando sus fantasías.
Y   a mi alrededor volaba, en el agua y en la brisa, 
un enjambre doble de mariposas amarillas.
La ladera era de miel, de oro encendido la viña,
 de oro vago el raso leve del jaral de flores niveas;
Allá donde el claro arroyo da en el río,
se entreabría un ocaso de esplendores 
sobre el agua vespertina.

Autor: Juan Ramón Jiménez.

Pegasos, lindos pegasos.

Pegasos, lindos pegasos

Pegasos, lindos pegasos, 
caballitos de madera...
Yo conocí, siendo niño,
 la alegría de dar vueltas 
sobre un corcel colorado, 
en una noche de fiesta.
En el aire polvoriento chispeaban las candelas, 
y la noche azul ardía toda sembrada de estrellas.
¡Alegrías infantiles que cuestan una moneda de cobre,
 lindos pegasos, caballitos de madera!
Autor: Antonio Machado.

El Caballo y el Asno

El Caballo y el Asno

Un caballo y un asno caminaban juntos por una carretera
seguidos de su amo. El caballo no llevaba carga alguna;
sin embargo, era tan pesada la del asno que a duras 
penas le permitía moverse, por lo cual pidió a su 
compañero le ayudase a llevar una parte de ella.
El caballo, que era egoísta y de mal temple, se negó
a prestar ayuda a su camarada que, jadeante y sin aliento,
cayó muerto en la carretera. Intentó el amo aliviar
al asno, pero era ya demasiado tarde; y así, quitándole
la carga, la colocó sobre las costillas del caballo,
juntamente con la piel del asno muerto. De esta suerte
el caballo, que por su egoísmo no había querido hacer
un pequeño favor, se vio obligado a llevar toda la carga
él solo.
Esopo.

Moraleja:
A veces por no querer ayudar a los demás
nos perjudicamos nosotros mismos.